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Mindfulness, atención plena

en Relatos

Mindfulness, mi primera clase de atención plena. La técnica budista que cultiva la atención plena prometía, con la práctica como todo en esta vida, erradicar mi ansiedad. Incentivando el amor, la compasión y la atención plena iba a conseguirlo. Era escéptica pero allí me fui con un ataque de ansiedad del siete.

Mis problemas médicos habían agravado este estado mental presente en todos los aspectos de mi vida. Entre otras cosas porque los daños colaterales de mi enfermedad habían dejado en la cuneta a la persona que era y no me dejaban vivir con normalidad.

La inquietud propia de este estado mental se acrecentó al entrar en la sala y comprobar que había llegado tarde mi primer día y que la sesión, ya había comenzado. Un Buda tamaño natural no, lo siguiente, presidía el silencio sepulcral sentado en un altar lleno de velas, flores secas y un cuenco dorado similar a un mortero.

Todos los participantes estaban en círculo sentados sobre un almohadón imitando al Buda dorado que no dejaba de mirarme. La profesora me invitó con un gesto a unirme al grupo en silencio señalando las alfombrillas que había en un rincón.

Evidentemente el círculo estaba cerrado así que superando mi timidez, sobre todo porque todos estaban con los ojos cerrados, me coloqué con mi colchoneta en medio del grupo.

Mientras la profesora guiaba los primeros pasos de la práctica, me senté en el suelo para quitarme las botas y poder tumbarme cuanto antes. Primer error. Mi torpeza mundialmente conocida, hizo que al sentarme se me cayeran las llaves produciendo un estruendo atronador que despertó del letargo a todo el círculo. Me miraron con compasión y amor y volvieron a cerrar los ojos.

Me quité las botas, deje mi mochila en el suelo, cogí las llaves del demonio, me senté y me tumbé. Todo ello lo más rápido que pude intentando, sin conseguirlo, ser silenciosa. Ahora que había desconcentrado hasta al Buda de cartón-piedra que presidía la sala, intenté, sin mucho éxito, seguir la guía para tomar conciencia plena de mi propia respiración, de mi propio cuerpo.

Cuando ya estaba a puntito de conseguirlo, un sonido estridente y prolongado en el tiempo casi me provoca un infarto. Era el cuenco-mortero que manejado hábilmente por la profesora, anunciaba un cambio en la visita guiada a nuestro interior.

Mi respingo hizo que otra vez más desconcentrara a todos que nuevamente, me miraron con paciencia, comprensión y amor incondicional. Volvimos al silencio, a investigar nuestras emociones, a practicar la atención plena en nuestro propio cuerpo. Los pies, los tobillos, las piernas…

Al llegar al abdomen mi cuerpo se tensó y un ruido estomacal como de no haber comido en un año, presidió junto al Buda, la sesión de Mindfulness. Intentaba controlar los peligrosos retortijones, preludio de lo que inevitablemente iba a suceder.

Me estaba resultando muy complicado practicar la atención plena dirigida especialmente a la conciencia del propio cuerpo que en mi caso, era un intestino intempestivo que insistía en vaciarse.

Intenté aguantar pero la práctica iba siendo cada vez más profunda y pensé que sería mala idea interrumpirla en el momento cumbre. Así que, nuevamente debía levantarme de mi alfombrilla, ponerme las botas y salir a toda prisa del círculo para llegar, a ser posible a tiempo, al cuarto de baño.

La maniobra no resultó como la había planeado. Al levantarme me resbalé y caí a plomo asustando a todos los participantes y a la guía. El Buda se tambaleó pero no llegó a caerse, menos mal.  La guía, sujetando al Buda en vez de a mi, condescendiente, me hizo un gesto con la cabeza indicándome que saliera en silencio y continuó con la atención plena.

Volvieron a caérseme las llaves con las prisas interrumpiendo bruscamente y de nuevo, la práctica de mindfulness del grupo. Mis intestinos no pudieron aguantar más. Una nube de nitrógeno, hidrógeno, dióxido de carbono, oxígeno y sobre todo, metano inundó la estancia provocando una desconcentración general ya imposible de recuperar.

Salí a toda prisa pero no llegué a tiempo. La sesión de Mindfulness acabó por imperativo escatológico. Mientras  intentaba en vano recuperar mi dignidad en el cuarto de baño practicando, como me estaban enseñando, la atención plena.

Epílogo: Los relatos superan a la realidad a veces y menos mal. En la actualidad sigo practicando Atención Plena con el mismo grupo al que casi mato en mi primera sesión. Y ¿sabe usted qué?, funciona.

Redactora de contenidos desde que nací. De las primeras redacciones escolares a mis primeros concursos literarios. Una profesión, periodista y fotógrafa y redactora. Cuento la realidad y la ficción. Actualidad y Literatura. Imagen e historias de la vida misma. Entra y descubre mis propuestas. Prometo no aburrirte.

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