Relatos de amor eterno. Las besaba con extrema consciencia para no equivocarme y aun así, lo hice. En ese acto estaba cavando mi tumba sin saberlo. Me alejaba pausadamente del féretro mientras ellas me miraban con desconfianza. Solo, me llevaba el frio de aquel tanatorio mientras recogía con miedo, el testigo de seguir sus pasos. Cuando acabó la ceremonia, ellas seguían allí mirándome manteniendo sus besos alejados de mi cuerpo inerte como el tuyo…
Hacía frio y sin embargo la ira de tu ausencia provocaba un calor espeluznante que no erizaba, quemaba. Estaba a punto de dejarme llevar y destrozar sus vidas como ellas habían hecho con la tuya y la mía. De repente, una de ellas se acercó por detrás y pronunció tu nombre en mi nuca. A veces, el más tierno detalle nos sume en una violenta situación que desencadena lo peor de nosotros mismos.
Apretándole la muñeca con fuerza le deje caer muy cerca de su mejilla un susurro: no vuelvas a poner su nombre en tu boca.
Ellas sabían que los besos desaparecidos eran solo para ella pero ahora, estaba en aquella caja esperando a ser devorada por el fuego mientras esperaban pacientemente a que mis besos se distribuyeran entre sus bocas malnacidas.
Escape pensando que nunca jamás volvería pero si lo hice. Era de noche y apenas veía un palmo desde mi nariz. Tropecé con los escalones y caí de bruces enfrente de lo que ayer era tu puerta. El estruendo hizo que salieran para verme llorar entre los aromas de tu cuerpo que desaparecían por momentos.
Reían esperando mi reacción que no fue otra que aplastar el martillo contra uno de sus cráneos mientras me levantaba. Ya solo quedaban dos y tú seguías en el tanatorio, inerte. Salí a buscarte y no te encontré. Pero nuevamente, el recuerdo caliente de tus besos entre tus omóplatos, me llevaron contigo sin ni siquiera darme cuenta. Un golpe seco me cerró los ojos y nada más.
Estaba frio y debajo de mi cuerpo había una camilla metálica. No sabía muy bien que hacía allí pero estaba claro que no estaba en tu casa ni en el tanatorio. Creía haberte perdido definitivamente.
Pensaba en que habían ganado la batalla, nuestra batalla, pero sin darme cuenta había seguido tus pasos gracias a aquel martillo y a ellas que me tumbaron de un golpe certero de martillo ya ensangrentado.
Y allí estaba, en el anatómico forense. Recuerdo el tacto helado del metal y el silencio abrumador solo interrumpido por unos pasos que se acercaban.
No veía nada pero ¿qué iba a ver?, estaba muerto. Me cogiste de repente y salimos huyendo. Tenías las manos frías y yo también. Por fin, nos volvíamos a besar sin conciencia para equivocarnos entre risas de nuevo y muertos, salimos juntos de la mano mientras ellas lloraban junto a al con el martillo ensangrentado, la policía y mi cuerpo yacente inerte.
Creyeron vernos pero no fue así. Ya no estábamos en nuestros cuerpos y solo, nuestra conciencia se entrelazaba para que siguiéramos juntos eternamente.
Posdata: Relatos de amor eterno. El amor eterno no existe a no ser que usted crea en la eternidad y crea firmemente en que en un futuro cuando sea usted conciencia se reencontrará con todas las consciencias con las que se ha cruzado en su vida y la verdad, menudo follón será de ser cierta esta afirmación.