Cuento relatos de la vida misma y este, es uno de ellos. Había nacido para ser guerrero porque desde muy pequeño, la mala vida le había dejado claro que para sobrevivir, iba a tener que luchar y mucho.
Nunca había podido ser lo que realmente le hubiese gustado ser, un profesional especializado en soldadura bajo el agua. Desde muy pequeño quería ser buzo, con su escafandra puesta, un soldador de cosas imposibles bajo el océano con el fuego entre las manos.
Ahora, siendo un adulto en un cuerpo aún de niño a medio crecer, no hablaba de sus sueños. Ni siquiera podía ya desearlos porque le habían arrebatado la inocencia sin ni siquiera haberla tenido.
Su vida no era la que soñó y mientras luchaba con la armadura puesta, se preguntaba qué habría sido de él sino hubiese nacido en el seno de una no familia no elegida, en un país invadido, ahora inexistente, y con el miedo ya metido en el cuerpo desde su más tierna infancia.
Había visto mucho, más que cualquier otro niño de su edad y mientras soñaba con ser soldador marino, apretaba gatillos para salvar su vida. Ahora, con tan sólo diez años, era experto en supervivencia y la muerte ya no le asustaba.
Hacía mucho tiempo que pensaba que morir era mejor que matar los sueños con las muertes que iba acumulando.
Entre las ruinas de la ciudad esta que ya no era suya, a veces se dejaba llevar y cerraba los ojos pensando tranquilo en su lugar seguro.
Esta vez no los vio llegar porque pese a que era un guerrero experimentando, en realidad sólo era un niño de diez años en medio de una guerra que no era la suya ni la de nadie. Cuando abrió los ojos ya los tenía encima y mientras lo acribillaban, vio su océano repleto de hierros rotos que reparar soplete en mano.
Epílogo: Relatos de la vida las guerras ya no son de nadie porque hemos perdido la cordura de ser empáticos, porque hemos perdido el norte y ya no importa cuántos mueren para que otros podamos vivir tranquilamente sin remordimiento alguno.