Cuento cuentos y a veces, hasta los escribo…
Apenas abrió los ojos y un manto blanco inundó el paisaje que tímido, entraba por su ventana. Hundido entre las sábanas sintió la dolorosa ausencia. Cerró los ojos de nuevo pero siguió viendo su tristeza con una nitidez abrumadora.
La nostalgia de nuevo inundó sus ojos nublando el blanco paisaje que su nueva vida en soledad, le regalaba. Mientras limpiaba sus ojos de la profunda tristeza, le pareció ver algo a lo lejos que destacaba furioso entre tanta blancura. Retando al frío, se levantó y afinó su mirada como buen miope. No puede ser.
Buscó algo de abrigo y salió fulminante para descubrir aquello que humeaba entre la nieve y que lo había sacado del desamor desesperado anidado desde hacía días en su habitación.
Acercando con cautela sus ojos allí estaba, un corazón que palpitaba hundido en la nieve derritiendo a su alrededor la nevada ya casi cristalizada.
Palpitaba furioso y en un descuido, saltó a sus brazos helados, como él. Pese a su calor helado, transmitía un sentimiento de acurruque nunca antes necesitado, nunca antes querido. Y lo dejó hacer. cerró los ojos y lo encerró junto a su pecho.
Volvió a casa corriendo, helado, apretando su abrigo con fuerza con el corazón aferrado, notando las palpitaciones que marcaban sus pasos. Se despertó de golpe, bañado en sudor y abrazado a la almohada. Con firmeza se prometió así mismo que nunca más iba a volver a perder el corazón por nadie.
Epílogo: Hay muchos corazones helados en esta vida. Los corazones perdidos ya no se recuperan y los verdaderos, los buenos, esos no se pierden nunca. Solo hay que saber distinguirlos para evitar el dolor o leer un cuento como este para saber apreciarlos y no dejarlos marchar. Hay relatos que nos enseñan a amar la vida por encima de todas las cosas y Corazón Helado, es uno de ellos.