Dando vueltas en círculos concéntricos nos conocimos. Círculos amplios pero al fin y al cabo líneas que no se cruzan sino que se encuentran al final de cada inicio.
El azar hizo que en medio de la congelada espesura surgiera de repente nuestro encuentro y mientras nos hundíamos en la nieve, derretida por el calor de los cuerpos, empezaba a despuntar el amanecer más precioso que jamás habíamos visto.
Nos entretuvimos para que aquello no tuviera fin, ningún fin imposible porque estábamos perdidos y nos habíamos encontrado. El latir de nuestros corazones antes helados, hizo el resto y entre un manto blanco formado por el batir de nuestras almas blancas, nos dejamos llevar hasta que la luz cerró por fin nuestros ojos. Y con el inicio del primer día de nuestras vidas ya nunca más estuvimos perdidos.
Epílogo: Cuentos para no dormir. No hay encuentros casuales ni desencuentros opcionales. Al final nadie está, solo tu.