Llegaba tarde, como siempre. No podía levantarme antes. Era imposible. Mientras andaba apresurada me detuve mirando al cielo y todo se paró en ese momento. Tan solo el ruido ensordecedor de un avión rompía el silencio mientras todos, quietos, mirabamos al cielo conteniendo el aliento y recordando a los miles de muertos. De repente, el avión siguió subiendo hasta que lo perdimos de vista y todo empezó a funcionar otra vez. La vida es un instante. Esta vez me lo tomé con calma y paseé por la ciudad ésta que ya no es mía ni tuya. Llegue más tarde que nunca pero llegué feliz.
Epílogo: Microrrelato que estremece el aliento los cuerpos muertos y vivos de las víctimas del 11-S