Relatos inacabados. Y venías cada tarde. Intentabas conversaciones que yo apenas entendía y simulabas una alegría desbordante en cada frase. No había mucho de qué hablar. Hacía tiempo que ya no me acordaba de ti y cuando llegabas, pensaba en silencio mirándote fijamente sin verte, porque lo hacías cada día.
Merendábamos cada tarde lo mismo, pero a mi no me importaba porque incomprensiblemente traías siempre mi tarta favorita. Y yo, te sonreía encantada. Ahora, me gustaba más que nunca el dulce y tu parecías saberlo. Eras muy amable y yo no sabía porqué.
De vez en cuando, ponías música en el viejo tocadiscos y sonaban sin parar mis canciones, esas con las que podría contar mi vida pese a haberla olvidado. Como aquel programa: cada canción, un recuerdo.
Y yo me dejaba llevar aunque de repente, ya no sabía nada, ni siquiera que hacía una estupenda señora bailando conmigo mientras las dos cantábamos a grito pelado viejas canciones.
No había mucho de qué hablar sin embargo, tu no parabas. Yo te miraba y a veces, te veía desesperada intentando comunicarte conmigo, intentando que entendiera cosas que nunca habían pasado.
Asentía porque me dabas mucha pena. Qué manía con hacerme hablar cuando apenas podía articular palabra, qué manía obligarme a hacer cosas que ya no recordaba cómo hacerlas.
Entrelazada a mi incómodo pero irremediable silencio, mi mente volaba de pensamiento en pensamiento haciéndome feliz pese a vivir sin vivir en mi, ni en ti, ni en ningún lugar conocido.
Algunas veces, cada vez menos, bailando recordaba tu nombre y abrazaba tu cuerpo con fuerza y tu olor inundaba todo mi cuerpo y por unos instantes, estaba contigo como lo había estado siempre. Volvía a vivir a tu lado y te preguntaba dónde habías estado todo este tiempo. Tu seguías apretándome y repetías: no voy a desaparecer, pero si lo hacías
Tu me besabas mucho y me decías que me querías y nos apretábamos fuerte como para que ese momento, durase toda la vida y de repente, la nada.
Cuando te ibas, lloraba y no recuerdo porqué lo hacía pero una sensación de desasosiego provocaba mi llanto que no cesaba hasta que me quedaba dormida.
Epílogo: Vivir el momento es lo mejor que tenemos y poca gente lo aprovecha. Los recuerdos con la edad se van para siempre o siempre se van dejándote en un presente cada vez más corto como en un cuento inacabado pero con un final sabido y certero. Relatos inacabados para vidas inacabadas